“Hagan lío”, los alentaba a los jóvenes. Jorge Mario Bergoglio repetía que no había que tener miedo de ser parte de los cambios. Decía que era un llamado a la acción y a la defensa de la fe. Y él no se conformó nunca con la idea de que la situación de los más necesitados nunca cambie.
Lo llamaron “Francisco de los pobres” y sus zapatos austeros y desgastados lo llevaron desde las villas y su Flores Natal, donde dio sus primeros pasos como monaguillo, a ser elegido el 13 de marzo de 2013 como el nuevo Papa Francisco de la Iglesia Católica y el primer latinoamericano en ese cargo.
Le había prometido a su abuela Rosa que iba a estudiar medicina, "pero al final optó por curar almas", como contó su sobrino, Juan Ignacio. Estudió química, tuvo una historia de amor no correspondido y a los 21 estuvo al borde de la muerte cuando le extirparon parte de un pulmón debido a una infección. En ese entonces dijo que vivió una experiencia mística.

El sacerdote jesuita dio misas en cárceles, usaba transporte público, comía en lo de los curas villeros, amaba bailar tango, tomar mate, ver ganar a San Lorenzo, leer a Borges y fue uno de los primeros en armar una red pastoral con cartoneros, mucho antes de que se conozca el término “economía popular”. Pregonaba la paz, estaba a favor de la ecología y en nuevo capítulo del catolicismo reconoció que “la homosexualidad no es un delito”.
Tras salir del hospital el 23 de marzo pasado de una grave neumonía, el domingo de resurrección apareció por última vez en la plaza de San Pedro. Sonrió, dio la tradicional bendición Urbi et orbi y, como último gesto, a bordo del papamóvil, reconfortó una vez más los corazones de quienes necesitan creer.

































Fotos: archivo Grupo Atlántida
Trabajo de archivo e imagen de apertura: Gustavo Ramírez