"Buona sera", fue lo primero que dijo Francisco al aparecer en el balcón principal de la Basílica de San Pedro, después de que el cardenal protodiácono Jean-Louis Tauran, secundado por miembros de la Curia romana, anunciara que era el nuevo líder de la Santa Sede. Había pasado más de una hora desde que fuera elegido (77 votos entre 115 electores), surgiera la fumata blanca partiendo desde la chimenea de la Capilla Sixtina y se calzara la clásica sotana que visten los papas: Jorge Bergoglio (por entonces de 76) se acababa de consagrar papa de la Iglesia Católica.
Aquí, desde Revista GENTE -y permítannos el juego-, retrocederemos el almanaque una docena de años para contar en presente, en tiempo real y en las seis estaciones que fueron sucediéndose, los 257 minutos que llevaron a Jorge Mario Bergoglio desde el Cónclave papal a presentarse ante el mundo.
ESTACIÓN I: ENTRE LA LLEGADA A ROMA Y EL INGRESO A LA CAPILLA SIXTINA
Tras aterrizar en Roma el 27 de febrero (cinco días antes de inicio de las congregaciones generales), hospedarse en el hotel de siempre (el Domus Internationalis Paulus VI, de Via della Scrofa 70), transitar el primer cónclave del martes 12 de marzo (que no terminaría dirimiendo el nombre del nuevo papa) e iniciar la segunda jornada asistiendo a una misa protocolar en la Capilla Paulina, el cardenal argentino avanza, a las 3:56 PM de Italia y junto a los otros 114 candidatos, por la Sala Regia del Palacio Apostólico Romano, cruzando el umbral de la Capilla Sixtina, rumbo al segundo día de cónclave y a la quinta ronda de votaciones que determinará –o pospondrá, en caso de que nadie sume los dos tercios– quién sucederá a Benedicto XVI... Cierto dato prominente predice un potencial favoritismo: en 2005, pese a haber obtenido 40 de los 77 votos necesarios para aspirar a la asunción, Bergoglio les había pedido a sus patrocinadores que se abstuvieran de escogerlo a él en la vuelta siguiente, lo que convertiría finalmente al alemán Joseph Ratzinger (durante la misma sumó 84 entre 115) en Pastor Supremo.


ESTACIÓN II: BAJO LOS SANTOS EVANGELIOS, BAJO LLAVE Y BAJO LA MIRADA DEL MUNDO
Una vez dejado atrás el pórtico de madera de la Sixtina, y luego de varias ceremonias protocolares, los postulantes se sientan en escritorios individualizados con sus nombres. A continuación reciben una papeleta rectangular con la frase, en italiano: “Elijo como Sumo Pontífice”. Bergoglio la completa y la dobla en dos, se acerca al altar y la coloca en una urna cubierta. Dentro de la imponente construcción de 40,9 metros por 13,4, bajo El juicio final y los legendarios frescos que hace medio millar de años empezara a pintar el renacentista Miguel Ángel Buonarotti, nuestro representante observa atento a los tres cardenales escrutadores elegidos al azar, que contabilizan el resultado.




ESTACIÓN III: LA FUMATA BLANCA QUE ANTICIPA LA ELECCIÓN DEL NOMBRE Y EL ESTRUENDO POPULAR
“¿Aceptas tu elección canónica como Sumo Pontífice?”, le pregunta entonces el decano local Giovanni Battista Re a Jorge Bergoglio. “Sí, acepto”, contesta a las 19:06. “¿Con qué nombre deseas ser conocido?”. “Me llamaré Francisco”. Una columna de humo claro, entrado el anochecer, surge de la chimenea reinstalada en la capilla, inspirando el estruendo popular en la Plaza San Pedro. La fumata blanca –consecuencia de la combustión de clorato de potasio, lactosa y colofonia– anuncia una elección exitosa, cuya cifra (a la fecha todavía sin trascender, al menos en forma pública) ascendería a más 90 votos, entre los 115 emitidos, para el ganador.

ESTACIÓN IV: DE SU INGRESO COMO CARDENAL, A LA PARTIDA CON ATUENDO DE SANTO PADRE
Dentro de la sellada Sixtina, Bergoglio camina solo hacia el altar, gira a la izquierda e ingresa a la Sala de las Lágrimas (sencilla, nunca abierta a los turistas). Va al baño. A continuación medita, toma del perchero una sotana mediana –entre los tres talles provistos por la casa romana Gammarelli–, el ajuar (camisa, medias...), la estola y la esclavina roja. Deja de lado los tres pares de zapatos rojos y opta por conservar los propios, los negros, los de siempre. De regreso a la capilla, ya vestido de Santo Padre, lo sorprende el largo aplauso de los purpurados, que se acercan a felicitarlo. “Queridos hermanos, que Dios los perdone por elegirme”. Francisco agradece y cierra el Cónclave papal con su estilo irónico.



Me fui a rezar a una capilla cercana a la Sixtina. Escuché aplausos. Se abrieron las puertas y quien producía el humo de la fumata me comentó: ‘Ganó el tuyo’. Entonces lo vi allá, atrás de todo, de blanco, bajo el 'Juicio final' de Miguel Angel. Era Bergoglio, era el nuevo obispo de Roma. No-lo-po-dí-a-cre-er" (Monseñor Guillermo Karcher)

ESTACIÓN V: ENTRE EL SANTÍSIMO SACARMENTO Y LAS CAMPANADAS AL CIELO
Después de firmar el acta aceptando su condición de Santidad y abandonar el escritorio que lo secundó durante dos jornadas, avanza desandando, de manera oblicua, la Sala Regia, de nuevo hacia la Cappella Paolina que, construida en 1540 por el arquitecto florentino Antonio Cordiani, actualmente cumple funciones de parroquia. Reza el Santísimo Sacramento en el centro de los últimos dos cuadros pintados por Miguel Ángel (La conversión de San Pablo y la Crucifixión de San Pedro –donde el artista de Arezzo aparece autorretratado–). El incesante repiquetear de campanas de la basílica le entrega su música a gran noticia, anticipando el arribo de Francisco, de Su Santidad número 266, del primer jesuita y latinoamericano, de un argentino que acaba de adquirir plena potestad sobre la Iglesia Católica.



ESTACIÓN VI: "¡HABEMUS PAPAM!", OVACIÓN GENERAL, "RECEN POR MÍ"
Se dirige a la contigua Sala de las Bendiciones. Lo secundan su compatriota, monseñor Guillermo Karcher (oficial de Protocolo y Ceremonial de la Secretaría de Estado del Vaticano), y el cardenal francés Jean-Louis Tauran, quien desde el balcón –también denominado De las Bendiciones– entrega la inolvidable frase: “¡Habemus papam!”. A las 20:23 surge Francisco. Acompaña a la ovación local –y sorpresa del planeta–, su primer mensaje: “Parece que han ido a buscar al obispo de Roma casi al fin del mundo –inicia aquel inolvidable párrafo–. Ahora comenzamos un camino de fraternidad y amor. Recen por mí. Muchas gracias por vuestra acogida. Nos veremos pronto”.




Fotos: Diego García y Archivo Grupo Atlántida
Arte de portada: Silvana Solano
Agradecemos a Monseñor Guillermo Karcher