Nuestras tierras, nuestros bosques y nuestros ríos tienen habitantes nativos. Individuos que solo eran testigos de los rayos del sol y del andar de otros animales hasta que el hombre modificó brutalmente su ecosistema y cambió todo.
Una de sus tantas víctimas son los caracoles de Apipé, unos indefensos moluscos tan argentinos como el dulce de leche. O incluso aún más, porque ellos únicamente habitaron una parte del mundo, y es justamente la Argentina.

¿Qué pasó con su hogar?
Lamentablemente, la región de rápidos y pequeñas cataratas del río Paraná que habitaban se encuentra sumergida desde 1989 en el lago artificial de 1.600 km² producido por las obras de la represa hidroeléctrica de Yacyretá-Apipé, que se ubicó precisamente en ese lugar por la diferencia del nivel del río que originó los rápidos.
El resultado fue letal. Con la transformación del curso del agua, los caracoles perdieron el único ambiente que conocían. Pasaron de tener aguas poco profundas y muy oxigenadas a aguas profundas y con baja energía. Sus cuerpos no resistieron el cambio. Antes de que nadie pudiese notarlo -o al menos eso queremos creer-, esta especie endémica fue desapareciendo hasta que se la consideró "extinta en la naturaleza" a nivel internacional.
Los que sobrevivieron están a 1.100 kilómetros de sus ríos
Aunque ninguno de sus visitantes lo imagina, hoy hay un 'acuario de rápidos' dentro del área de Cría de Especies Amenazadas del Hospital Veterinario de Fauna Silvestre del Ecoparque (un área cerrada al público).

La escena sorprende: peceras largas, filtros que no descansan y una corriente que imita el empuje del río. Sobre las piedras y en los vidrios, diminutos caracolitos se aferran a sus vidas y avanzan un día más.
"Costó muchísimo poner todo a punto porque estos caracoles tienen un requerimiento de oxígeno muy alto, pero logramos replicar aguas someras y rápidas", nos cuenta con orgullo Paula Villa, la técnica del equipo de conservación, mientras nos señala el microecosistema.
Con la mirada fija en ellos, su cuidadora también describe datos biológicos que a simple vista pasan inadvertidos: "Las hembras son marsupiales. Es decir que tienen una bolsa en la parte posterior de la cabeza donde desarrollan las crías durante aproximadamente seis meses, hasta que salen. Además, son partenogenéticas". En otras palabras: el futuro de su especie se sostiene sin machos, con hembras que gestan a sus pequeños y los liberan cuando están listos para valerse por sí mismos. Un atributo clave para su supervivencia.

La esperanza de la especie está repartida en tres lugares
Cuando el Ecoparque inició el proyecto, el único reservorio argentino estaba en el Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia del Parque Centenario. "Fueron ellos quienes nos dieron en 2020 cincuenta caracoles antes de que el único investigador que los investigaba se jubilara", recuerdan.
Con ese grupo de partida tan pequeñito para lo que es toda una especie nacional, el equipo replicó los rápidos y logró algo que muchos veían muy lejano: que el ciclo se reanudara. "Recién ahora empezaron a morir ejemplares de los primeros cincuenta", relata Villa transmitiendo algo que a muchos les daría tristeza, pero que ella cuenta con emoción porque significa que la población logró crecer y alcanzar otras generaciones. "En este momento, tendremos unos dos mil caracoles", nos cuenta sin disimular su sonrisa.
Eso sí, hoy el esfuerzo no está solo en Ecoparque: "Nosotros ayudamos a Temaikèn a armar su acuario y hoy también trabajamos en conjunto la Universidad de Misiones. Entre las tres instituciones estamos buscando tener una población que sea lo suficientemente grande como para empezar a hacer ensayos".

Tienen un futuro ¿en libertad?
La hoja de ruta es prudente. "La idea es encontrar un lugar donde liberar", apunta la especialista.
Pero para eso primero tiene que haber "un stock saludable" en las tres instituciones (Ecoparque, Temaikèn y la Universidad de Misiones), y se deben estandarizar protocolos y diseñar ensayos con monitoreo.
"Obviamente que llegado el momento no vamos a 'largar todo' de golpe: será probar, monitorear y cuidar, cosa de que si una prueba falla, la especie no vuelva a cero", subraya una de las tres mujeres que velan por ellos.

El proyecto de los caracoles de Apipé condensa una verdad de la conservación moderna: no todo rescate es espectacular. Muchas veces ocurre sin reflectores, a fuerza de bombas que empujan agua, mediciones diarias y registros. Pero su impacto puede ser enorme. Cuando llegue el momento -y cuando la ciencia y el ambiente digan "sí, es ahora"- esos caracolitos volverán a habitar un río y los rayos del sol a filtrarse en su cielo.
Fotos: Diego García y Gentileza Ecoparque
Agradecemos a Federico Ricciardi y a María José Catanzariti

