Dentro del imponente Palacio Errázuriz Alvear, diseñado en 1911 por el prestigioso arquitecto francés René Sergent, se esconden excentricidades que sorprenden tanto en su construcción como en su mobiliario y objetos decorativos. Hoy sede del Museo Nacional de Arte Decorativo, este edificio de Avenida del Libertador al 1900 fue en su momento la residencia de Josefina de Alvear y Matías Errázuriz Ortúzar.
“El matrimonio adquirió en Europa una valiosa colección de obras de arte europeo y oriental pero vayamos al quid de la cuestión. ¿Por qué un diplomático como Don Matías Errazuriz querría tener libros de mentira en su escritorio privado?”, es la pregunta que se hace la periodista Mariela Blanco.

La respuesta está en las modas de la época: la estricta búsqueda de la simetría dictaba las reglas del diseño. Por eso, las puertas del escritorio privado del dueño de casa se cubrieron con estantes de libros falsos, creados para igualar visualmente la biblioteca contigua y no romper la armonía estética.


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En este sentido, el palacio entero parece rendir homenaje al arte de la simulación, como si se tratara de una gran escenografía. "El Gran Hall, por ejemplo, recrea el espíritu de los palacios renacentistas, aunque fue construido en pleno siglo XX. Sus techos de yeso pintados imitan madera de roble, el piso combina tres tonos para generar una sensación de perspectiva tridimensional sobre una superficie plana, y las paredes, aunque parecen de piedra, están hechas de ladrillo cuidadosamente trabajado", cuenta.
“Si hablamos de caprichos y obsesiones, no podemos dejar de mencionar que todo el salón se diagramó en base al tamaño de los tapices flamencos de fines del siglo XVI bordados con lana, seda, oro y plata. Por supuesto, como no podía ser de otra manera, también se colocaron puertas falsas a ambos lados del tapiz para que haya simetría”, afirma la autora.

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En definitiva, este edificio no solo guarda piezas de incalculable valor artístico, sino que también es una obra maestra del ilusionismo arquitectónico, donde nada es lo que parece y cada detalle responde a un meticuloso juego visual.
¿Por qué se trató de un capricho?

En la época en que el matrimonio Errázuriz Alvear levantó su residencia, la arquitectura aristocrática no se regía por criterios de practicidad, sino por la búsqueda de perfección estética y simbolismo social. En este caso, cada rincón del palacio responde a una mirada minuciosa y personalísima.
Las dimensiones de salones y galerías no se definieron por la función del espacio, sino por lo que iban a contener: tapices, muebles o piezas de arte que dictaban las proporciones de muros y techos. La decoración no se limitaba a materiales nobles, sino que jugaba con la ilusión: mármoles pintados para lograr vetas ideales, metales tratados para brillar más de lo que permitiría su aleación original, y molduras fabricadas en materiales livianos para sostener el peso visual sin comprometer la estructura.
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Todo estaba pensado para transmitir una imagen de refinamiento y equilibrio, aunque eso implicara inventar elementos o reconfigurar espacios que, en términos prácticos, nadie necesitaba. Así, el palacio no solo es testimonio de una época, sino también del gusto por el lujo como declaración de identidad.
En los jardines, un café con aire a palacio
En el corazón de los jardines diseñados por el paisajista francés Achille Duchêne, el Museo Nacional de Arte Decorativo alberga un café que se ha convertido en un atractivo por sí mismo. Ubicado en la antigua casilla de entrada del Palacio Errázuriz Alvear, el espacio conserva su impronta de época y ofrece un entorno singular: mesas distribuidas entre esculturas, fuentes y árboles centenarios, donde el bullicio de la ciudad queda atenuado por el murmullo del follaje.

La propuesta gastronómica incluye opciones ligeras y de pastelería, además de clásicos como el croque madame, acompañados por infusiones y cafés de cuidada elaboración. Es un punto de encuentro elegido tanto por visitantes del museo como por vecinos que buscan un respiro en un marco histórico. Con su fusión de patrimonio arquitectónico y vida cotidiana, este café reafirma que los jardines del palacio siguen siendo un espacio vivo en la dinámica porteña.


