A más de 3.600 metros de altura, en plena Puna argentina, se esconde un pueblo que parece detenido en el tiempo. Con apenas 350 habitantes y rodeado de imponentes farallones naturales, este destino fue elegido finalista del certamen Best Tourism Villages 2024, una iniciativa de la ONU que reconoce a los pueblos más bellos y auténticos del mundo.
Conocido como Barrancas –aunque su nombre oficial es Abdón Castro Tolay, en homenaje a un maestro local que trasladó la escuela al actual emplazamiento–, forma parte del departamento de Cochinoca, en Jujuy. Su fisonomía es una postal viva de adobe, piedra y silencio. Las casas bajas, las calles de tierra y el cielo inmenso pintan una escena que conmueve por su sencillez.

Quienes llegan hasta este rincón remoto lo hacen atraídos por su riqueza arqueológica, cultural y natural. En el Centro de Interpretación Arqueológica, los visitantes pueden conocer pictografías y petroglifos milenarios que forman parte de la Reserva Municipal Natural y Cultural. Allí se extiende un recorrido de 8 km entre farallones ignimbríticos, donde descansan vestigios de civilizaciones como la Casabindo.
Otra gran propuesta es el turismo comunitario: participar de talleres de cerámica, probar comidas típicas como guisos de llama o cordero, o ver cómo se esquila y se hila lana para confeccionar artesanías textiles. Toda la experiencia está atravesada por la calidez de su gente, que abre sus puertas en posadas o casas familiares para recibir a quienes buscan algo más que un viaje: una conexión.

Barrancas se ubica a solo 50 kilómetros de las Salinas Grandes y a 113 km de Purmamarca. Se puede acceder desde la Ruta Nacional 52, tomando un desvío por la Ruta Provincial 75. La forma más común de llegar es volando hasta San Salvador de Jujuy y desde allí recorrer en auto unas 5 o 6 horas, dependiendo del clima y las condiciones de los caminos.
Este pueblito andino no solo conserva tradiciones y saberes ancestrales: también es un refugio para quienes buscan desconectarse del ruido, el estrés y el tiempo moderno. Un lugar para caminar lento, mirar lejos y volver a lo esencial.
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